SER MAESTRO: UNA APUESTA ENTRE LAS NECESIDADES Y EL DESEO
- Jair Velasco
- 2 feb
- 11 Min. de lectura
JAIR VELASCO ACOSTA

1. Quiero agradecer la posibilidad que se me facilita para conversar con ustedes. Asumo que esa irresponsabilidad de encargarme esta reflexión recae por parejo entre quienes me exponen ante este colectivo, y yo mismo que corro el riesgo de salir chamuscado.
2. Me encantaría poner en alta voz algunas, llamémoslas, intuiciones que han venido cercándome y que se cierran, a veces, como torniquete que aprieta hasta la desesperación.
3. A nosotros nos asiste hoy la obligación ineludible de asumir tareas; una, urgente, tiene que ver con “habitar humanamente la tierra”, de tal manera que el esfuerzo mancomunado, nos permita tornar los desafíos y transmutarlos en situaciones que debemos resolver, que de su no atención es posible derivar consecuencias desastrosas para el planeta y para la especie.
4. El sistema actual, mejor, el actual modelo de desarrollo implica, al decir de Marx, socavar las dos fuentes principales de la riqueza: la naturaleza y el ser humano. En épocas de globalización neoliberal, intentar comprender porque “estamos como estamos”, tiene que ver con llenarnos de razones desde las cuales adversar las palabras sentidas y crueles del pensador griego Demócrito de Abdera: “Todo está perdido, cuando celebramos al malo y cuando ridiculizamos al bueno”.
5. En ese espectro, como seres humanos estamos en la dramática y, no menos, tensional coyuntura a partir de la cual hagamos el ejercicio de mirarnos como maestros: ¿Por qué decidimos ser profesores? ¿Qué nos llevó a ser maestros? No podemos responder sin apelar a algo más profundo, algo que nos asiste como entramado personal y relacional.
6. Quiero decir, requerimos ponernos en condiciones de producir subjetividad, que haga que la tierra se habite por sujetos humanos, por sujetos enriquecidos de vida, de criterios, de problemas, de opciones, de decisiones, de sopesamientos. De tal manera que ofertemos propuestas con las cuales cargar vida, derrochar existir, y nos dejen en la intentona permanente de recordarnos las sentidas palabras de Ernesto Guevara: “Y si todos fuésemos capaces de unirnos para que nuestros golpes fueran más sólidos y certeros, qué grande sería el futuro y qué cercano!”.
7. Cuando hablamos del cuidado que hemos de mantener con respecto a nuestra salud, a lo que hacemos referencia es a un sujeto humano de quien sean tal sus condiciones que esté en disposición para ser “pan partido y compartido”, de ser sujeto de goce, plenitud, rumbantela, chercha, fiesta, repichinga…
A ese respecto bien vale la pena recordar que nuestra labor como educadores se encuentra cruzada por dimensiones de afectividad, desdobladas en solicitudes y enternecimientos, las que han sido consideradas por parte de filósofos tan “seriotes” como Martin Heidegger, como elementos estructurantes de la existencia (recordándonos que la palabra existencia significa vivir fuera: ex –fora).
Con relación al cuidado que, por demás es uno de los cuatro aspectos para el ejercicio del amor que recomienda Erich Fromm, nuestra misión de educadores ha de aprovechar los orígenes del mito del dios griego Cuidado quien, según Leonardo Boff, fue el dios que modeló al ser humano. El mito del dios Cuidado dice así:
“Cierto día, Cuidado, al atravesar un rio, vio un poco de arcilla. Y comenzó cuidadosamente a modelar la figura humana. Mientras meditaba sobre lo que había hecho, se le apareció Júpiter, el dios del cielo. Cuidado le pidió que insuflara en aquella imagen el espíritu. Júpiter accedió gustosamente. Pero cuando Cuidado quiso dar su propio nombre a la criatura que había moldeado, Júpiter selo prohibió y le exigió que le pusiese el nombre de él. Mientras ambos discutían, se irguió la Tierra y manifestó su deseo de que fuera su nombre el que se impusiera a la criatura plasmada por Cuidado, pues ésta estaba hecha con parte de su cuerpo. Pidieron entonces a Saturno (dios del tiempo) que hiciera de árbitro. Y Saturno tomó la siguiente decisión que a todos pareció justa: Ya que tú, Júpiter, le has dado el espíritu, recibirás este espíritu en la hora de la muerte. Pero, puesto que quien ha dado forma a la criatura ha sido Cuidado, quedará en su poder mientras viva. Y puesto que están discutiendo acerca del nombre que hay que darle, yo quiero que se llame Homo, es decir, hecha del humus de la tierra”. (citado por Leonardo Boff en “San Francisco de Asís: Ternura y Vigor; Sal Terrae 1981, página 32).
Rememorando otra vuelta a Guevara: “La solidaridad es la ternura de los pueblos”. De forma similar contestaba en una entrevista para el Semanario Marcha de Montevideo, por allá en el año 1966: “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que un revolucionario debe estar inspirado por grandes sentimientos de amor”. Porque no se puede ser revolucionario “sin lágrimas en los ojos, sin ternura en las manos”, agregaría años más tarde el comandante sandinista Tomas Borge.
Esa obsequiosidad, esa atención, han de ser banderas permanentes en nuestra misión docente; estar al tanto de aquello que Blas Pascal llamaba “espíritu de fineza”, frente al “espíritu de geometría”, frente al espíritu de consumerismo, frente al espíritu de cosificación del cual, el gran articulador de la teoría de la plusvalía, partió para construir su reflexión alrededor del tema del fetichismo y de la mercancía.

8. Este hacernos sujeto, implica relacionarnos con otros que, a su vez, asumimos y hacemos sujetos. Tenemos, delante nuestro, la dimensión de un sujeto (en este caso: ser humano estudiante), que no nos deja instalados en la comodidad; existe, por parte de él, una presencia en clave de carnalidad, en clave de materialidad, en clave de corporalidad. Se es sujeto vía lo corporal, vía lo material; lo demás son abstracciones, desencarnaciones, espiritualizaciones.
El joven estudiante, se nos viene encima con su carga de mundo, de historia, de contextuaciones. Intenta abrirse paso entre la maraña de galimatías que le exigen el pensum académico por un lado, y aquello que ayuda a construir su cosmovisión, por el otro.
Por ello ese otro, ese sujeto, eso humano desde lo cual me interpela y me desafía el estudiante, la labor pedagógica, la lucha con el sindicato, el contacto con los padres y acudientes, los intercambios con los colegas, se transmuta en una referencia con la que mantener nuestro sentido de la brega, nuestra aspiración a otra realidad, nuestro sueño de proyectos alternativos, nuestra utopía trágica. De ello se deriva una vertiente de lo fraterno, de lo sororal, de lo solidario, de lo intimante.
Se trata de entregarnos de manera confiada a un testimonio; testimonio que se abre en un compromiso y en una esperanza, atravesados por una fe inconmovible en aquello que de mejor poseamos como humanos.
Para ser testigos en esta batalla desigual, necesitamos puntos de mira que nos convoquen todo el tiempo. Encuentro que uno de eso puntos, lo constituye la parábola del samaritano, narrada por Lucas (10. 25-36). Voy a citar in extenso a Helio Gallardo, quien tiene una hermenéutica maravillosa alrededor de este pasaje.
“Un viajero es asaltado en el camino por atracadores que lo abandonan, malherido. Un sacerdote y un levita que pasan por allí advierten su suerte, pero no lo socorren. Un samaritano, en cambio, atiende personalmente sus heridas, comparte con él su cabalgadura y se encarga de su restablecimiento en un hostal. Con esta parábola, Jesús contestaba a la pregunta de un maestro de la Ley: ¿Quién es mi prójimo? La narración es particularmente provocativa porque un samaritano, en ese tiempo y para los judíos, era un exótico, es decir alguien distante, distinto e inferior.
Sacerdote y levita eran, en cambio, apropiadamente judíos. Y con alta dignidad pues se ocupaban de las cosas de Dios: el sacerdote en la administración de su culto y el levita (diácono) con el cuidado del templo. Sin embargo, no se asumen como sujetos ni como judíos en relación con el asaltado y malherido. Lucas escribe que el sacerdote “al verlo pasó por el otro lado de la carretera y siguió de largo”. El levita, igualmente, lo vio y tomó el otro lado del camino.
...Desde luego, una parábola no agota los detalles del suceso. El sacerdote, por ejemplo, quizás apuró su paso para llegar a la hora al templo y hacer una oración comunitaria solicitando a Dios que curase al maltrecho. El levita se apresuró con el fin de informar a alguna clínica privada de la existencia de un herido. Al hacer esto, precursor del neoliberalismo, fortalecía la dinámica económica y el beneficio era más amplio…Lo que interesa aquí es que el herido no es reconocido inmediatamente como sujeto de necesidades que, en su condición, no puede valerse por sí mismo. El asaltado, que es, al menos situacionalmente, un empobrecido, no es visto por el sacerdote y el levita sino a través de institucionalizaciones…que le impiden reconocerlo como sujeto de necesidades y que les niega a ellos, al mismo tiempo, asumirse como sujetos necesitados”. (Helio Gallardo: Habitar la tierra, Asamblea Pueblo de Dios, páginas 16-17).
9. Por tanto, una categoría central de este hacernos sujetos, se relaciona con el reconocernos como “sujetos necesitados”. Ese ejercicio de la solidaridad no es algo que le haga solamente a otro, a los demás; es algo que principalísimamente me hago a mí mismo. Ser o hacerme sujeto requiere que reconozca (yo mismo) que necesito del otro para desplegar el ejercicio de mi solidaridad. Solidaridad que lo será, en la medida en que reconozca las necesidades ajenas y, a la vez, sienta y sepa reconocer las necesidades propias, mis necesidades.
10. La solidaridad, entonces, y viéndolo a través de un prisma negativo, no es un ejercicio de “ayudarle al pobrecito”, de “socorrer al pobrecito”, de extender una colaboración para higienizarme la conciencia, para limpiar arrepentimientos, para abonar a los remordimientos. Esa permuta de exculpación cobra por doble: me envilece en mis ser y estar, empobrece al otro, reduciéndolo a un objeto de asistencia.
11. El maestro tiene esta ineludible obligación: …hacerse sujeto con otros a quienes asume como sujetos. Existe en ello una relación de reciprocidad: al hacerme sujeto, me encargo de la suerte de los otros, y los demás me asumen en mis aspectos carenciales. Como maestros hemos de acompañar esos dolores, esas alegrías, esas crisis, esas angustias, esos sueños, esas luchas de nuestros estudiantes, porque en ese acompañamiento nos va la vida, nos van las opciones, nos van las causas; porque en ese acompañamiento va enredado mi combate, mi sueño, mi angustia, mi crisis, mi alegría, mi dolor.
12. Y hay que procurar hacerlo, sin sentirnos atenazados por la incertidumbre de no precisar hacia dónde marcha o se dirige el proceso, qué va a salir de este esfuerzo, cómo se definirán las batallas, quiénes estarán a nuestro lado ofreciendo el aliento, si va a cambiar en algo, a partir de mi aporte, la realidad que nos circunda. El Subcomandante Insurgente Marcos lo plantea muy bien al afirmar: “Vamos a ganar. No porque esté escrito en alguna biblia revolucionaria, o porque estemos destinados a ello. Vamos a ganar porque estamos trabajando para eso”.
13. Mis respetados colegas: El sindicato es un espacio de interpenetración; un lugar donde nos revisamos, nos criticamos, nos corregimos, es decir: un espacio en el que nos transformamos, en el que confluimos. Ese espacio se lo hace, se lo produce, desde el diálogo y el encuentro; pero esos diálogos y encuentro ambicionan nuestra conversión, nuestra vergüenza, nuestro pudor.
14. Uno no se convierte sino dialoga, sino intenta ser enriquecido, criticado, cuestionado, celebrado por medio del diálogo. El poeta nicaragüense Ernesto Cardenal lo dice con aparatosa lucidez: “Uno no es sino es diálogo”. Pero ese ser diálogo, ese hacerse diálogo, ese estar en el diálogo, implica entrar en el proceso de cambio personal, dramático por cuanto nos han enseñado que somos portadores de la verdad, poseedores de un arsenal de certidumbres que nos ahorran los ajustes, las correcciones, el reconocer los equívocos.
15. Uno no se transforma sino tiende puentes que nos digan si no estamos luchando, si estamos luchando a medias, si somos luchadores de media petaca, si entablamos mal la lucha. Los maestros, la organización sindical, ha de estar alerta frente a aquellas situaciones que inmovilizan, que ocultan, que encochambran el trasegar, que pervierten el compromiso. Y eso solo es posible afrontarlo cuando nos disponemos, cuando nos abrimos a vías de acceso plural, sin renunciar de lo que nos oferta vida, sin encalambrar las causas que intentamos defender.
16. Por ello, es importante mantener la raigambre desde lo popular, aunque el término suene rimbombante y desmesurado. Entendiendo por popular aquel sector del entramado social que se siente, se imagina y se piensa como Pueblo Político. Al decir de Gallardo: “Pueblo político hace referencia a todos los sectores y organizaciones que buscan poner fin a las condiciones, procesos y estructuras que generan las diversas formas de empobrecimiento social y humano (dominación). Los diversos sectores del pueblo político son agentes o actores de emancipación o liberación”. (Cf: Gallardo, obra citada, página 38).
17. Es lo que ya Paulo Freire nos reclamaba de manera enfática: “Mínimo poder que se tiene debe ejercerse al máximo”. Porque de lo que hemos conversado este rato ha sido del poder; el gran tema de las ciencias sociales como lo llamaba Bertrand Russell. Pero no solo o, al menos no solo, el tema del poder como praxis politicista, sino del poder en su vertiente axial; quiero decir: no solo la toma del poder, hemos de discutir acerca del carácter del poder, del sentido del poder, de la composición del poder. Insisto: no se trata tan solo o no se trata tan solo de eso, de la toma del poder si antes no hemos discutido el para qué del poder, el por qué y cómo del poder. Podemos alcanzar poder, podemos tener poder, y terminar terriblemente descompuestos, terriblemente embolatados, terriblemente deprimidos, terriblemente entristecidos.
18. Queridos, apreciados colegas, hermanos míos: concluyo. Me gustaría dejar flotando en el ambiente la idea de la militancia; no se angustien, no los voy a aburrir con un discurso acerca de eso, será para otra ocasión. Pero concédanme un poco más de tiempo para mencionar a algunos precursores nuestros.
Federico García Lorca, poeta y dramaturgo, con ocasión de la inauguración de la biblioteca de su pueblo Granada, se descolumbró con estas palabras memorables:
“No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social”.
Ernesto Sábato, escritor y científico, nos entregó, en su legado testimonial un pasaje conmovedor, convocante y martillante: “¡Qué decir de lo que fueron alguna vez los sindicatos! Casi con candor recuerdo la anécdota de aquel hombre que se desvaneció en la calle y, cuando fue reanimado, quienes lo socorrieron le preguntaron cómo no se había comprado algo de comer con el dinero que llevaba en su bolsillo, a lo que aquel ser humano maravilloso respondió que ese dinero era del sindicato. No es que en ese entonces no hubiera corrupción, pero existía un sentido del honor que la gente era capaz de defender con su propia conducta. Y robar las arcas de la Nación, las que deben atender al bien común, era de lo peor. Y lo sigue siendo. Quienes se quedan con los sueldos de los maestros, quienes roban a las mutuales o se ponen en el bolsillo el dinero de las licitaciones no pueden ser saludados. No debemos ser asesores de la corrupción. No se puede llevar a la televisión a sujetos que han contribuido a la miseria de sus semejantes y tratarlos como señores delante de los niños. ¡Esta es la gran obscenidad!”. (Ernesto Sábato: La Resistencia, Seix Barral, 2000, páginas 109-110)
Martín Lutero, reformador y religioso, preguntado qué haría si supiese que mañana se acaba el mundo, contestó con lucidez aparatosa: “Yo, plantaría un manzanito”. Ese “manzanito” que plantamos es el reconocernos como sujetos necesitados, el armarnos con la “fraternura” (Hugo Assman), el habitar en la tierra humanamente, el convocarnos para la dicha, para el asombro, para la fiesta.
Agnes Heller, filósofa húngara que ha bebido en las fuentes del marxismo, discípula de Georgy Lukáks en la Escuela de Budapest, nos comunica de manera insinuante y desafiante:
“El asceta avinagrado es un ser siempre inclinado a la crítica intolerante, a no reconocer las necesidades de otros y a restringir la libertad de los demás. La ética socialista, es decir, aquellos que viven y se comportan según el espíritu de una tal ética socialista, tiene que resolver con su vida la mayor de las paradojas: viviendo en un mundo monstruoso y tenebroso, tienen que mantenerse sensibles a todos los sufrimientos, no pueden perder la capacidad de indignación ni la disponibilidad al sacrificio de sí mismos si fuese necesario, pero al mismo tiempo tienen que desarrollar su sensibilidad para con las alegrías y las bellezas producidas por la vida e igualmente para con las pequeñas alegrías; para decirlo con Marx, tienen que desarrollar su capacidad de goce”.
Muchas gracias compañeras y compañeros.
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